FÁBULAS
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FÁBULAS
LA TORTUGA Y EL ÁGUILA

Había una vez una tortuga muy inconforme con la vida que le había tocado, y que en consecuencia no hacía otra cosa que lamentarse.
Estaba realmente harta de andar lentamente por todo el mundo, con su caparazón a cuesta.
Su más profundo deseo era poder volar a gran velocidad y disfrutar de la tierra desde las alturas, tal y como hacían otras criaturas.
Un día un águila la sobrevoló a muy baja altura y sin pensárselo dos veces la tortuga le pidió que la elevara por los aires y la enseñase a volar.
Extrañada el águila accedió al pedido de lo que le pareció una extraña tortuga y la atrapó con sus poderosas garras, para elevarla a la altura de las nubes.
La tortuga estaba maravillada con aquello. Era como si estuviese volando por sí misma y pensó que debía estar maravillando y siendo la envidia del resto de los animales terrestres, que siempre la miraban con cierta compasión por la lentitud de sus desplazamientos.
-Si pudiera hacerlo por mí misma –pensó. –Águila, vi cómo vuelas, ahora déjame hacerlo por mí misma –le pidió al ave.
Más extrañada que al inicio el águila le explicó que una tortuga no estaba hecha para volar. No obstante, tanta fue la insistencia de la tortuga, que el águila decidió soltarla, solo para ver cómo el animal terrestre caía a gran velocidad y se hacía trizas contra una roca.
Mientras descendía, la tortuga había comprendido su error, pero ya era tarde. Desear y atreverse a hacer algo que estaba más allá de sus capacidades le había costado la vida, una vida que vista desde esa perspectiva ya no le parecía tan mala.
Ese mismo razonamiento fue hecho por el águila, que contrario a la tortuga se sentía muy satisfecha y conforme con lo que la naturaleza le había dado.
EL DUEÑO DEL CISNE

Dicen que los cisnes son capaces de entonar bellas y melodiosas notas, pero sólo justo antes de morir.
Desconocedor de esto, un hombre compró un día un magnífico cisne, el cual se decía no sólo que era el más bello, sino también uno de los que mejor cantaba.
Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que frecuentemente tenía en su casa y sería motivo de envidia y admiración para sus compañeros.
La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para exhibirlo, cual preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para amenizar el momento, pero para su molestia y decepción, el animal permaneció en el más absoluto y férreo silencio.
Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero en la compra del cisne.
Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para otra vida, entonó el más bello canto que oídos humanos hayan escuchado.
Al escucharlo en el más absoluto deleite el hombre comprendió su error y pensó:
-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces. Si hubiera conocido lo que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien distinta.
De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las cosas en la vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo llega en el momento oportuno.
EL SOL Y LAS RANAS

Las ranas de una apacible y pequeña laguna estaban muy alarmadas y casi muertas de susto. El día antes el astro rey, el Sol, las había alertado que ya todo no seguiría siendo igual que antes, pues él había decidido variar su rumbo.
En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que el resto del año sería una etapa de oscuridad y frialdad.
Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal cual la conocían.
Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer, ellas no podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban dejarían de existir.
Desesperadas comenzaron a quejarse y a pedir a las fuerzas divinas por su conservación, no sin protestar y demandar por lo que les parecía justo a ellas.
Desde lo alto una voz atendió su llamado y les preguntó:
-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del planeta?
– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras especies? Cada cual que cuide y pida por lo suyo.
-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos de las ranas por su egoísmo.
Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son animales con muy pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña laguna, capaces solo de preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo que les rodeaba.
EL RICO Y EL ZAPATERO

Había una vez un zapatero muy laborioso, cuyo único entretenimiento era reparar los zapatos que sus clientes le llevaban.
Sin embargo, tanto disfrutaba el hombre de su trabajo que, amén de que sólo le alcanzaba para lo justo, cantaba de felicidad cada vez que terminaba un encargo y con la satisfacción del deber cumplido, dormía plácidamente todos las noches.
El zapatero tenía un vecino que por el contrario era un hombre abundantemente rico, al que además le molestaba un poco los cánticos diarios del laborioso hombre.
Un día el rico no pudo más y se decidió a abordar al zapatero. No entendía la causa de su felicidad y al ser recibido en la puerta de la humilde morado preguntó a su dueño:
-Venga acá buen hombre, dígame usted ¿cuánto gana al día? ¿Acaso es la riqueza la causa de su desbordada felicidad?
-Pues mire vecino –contestó el zapatero, -por mucho que trabajo solo obtengo unas monedas diarias para vivir con lo justo. Soy más bien pobre, por lo que la riqueza no es motivo de nada en mi vida.
-Eso pensé y vengo a contribuir a su felicidad –dijo el rico, mientras extendía al zapatero una bolsa llena de monedas de oro.
El zapatero no se lo podía creer. Había pasado de la pobreza a la riqueza en solo segundos y, luego de agradecer al rico, guardó con celo su fortuna bajo su cama.
Sin embargo, las monedas hicieron que nada volviese a ser igual en la vida del trabajador hombre.
Como ahora tenía algo muy valioso que cuidar, ya no dormía tan plácidamente, ante el temor constante de que alguien irrumpiese para robarle.
Asimismo, por dormir mal ya no tenía las mismas energías para afrontar con ganas el trabajo diario y mucho menos para cantar de felicidad.
Tan tediosa se volvió su vida de repente, que a los pocos días de haber recibido dicha fortuna de su vecino acudió a devolverla.
Los ojos del hombre rico no daban crédito a lo que sucedía.
-¿Cómo que rechaza tal fortuna? –interrogó al zapatero. -¿Acaso no disfruta el ser rico?
-Vea vecino –contestó el zapatero, -antes de tener esas monedas en mi casa era un hombre realmente feliz que cada mañana se levantaba luego de dormir plácidamente para enfrentar con entusiasmo y energía su trabajo diario. Tan feliz era que incluso cantaba cada vez que podía. Desde que recibí esas monedas ya nada es igual, pues solo vivo preocupado por proteger la fortuna y ni tan siquiera tengo tranquilidad para disfrutarla. Por tanto, gracias, pero prefiero vivir como hasta ahora.
La reacción del zapatero sorprendió enormemente al hombre rico. No obstante, ambos comprendieron lo que tal desarrollo de los acontecimientos quería decir, y es que la riqueza material no es garantía de la felicidad. Esta pasa más por pequeños detalles de la vida diaria, que a veces suelen pasar desapercibidos.
LA BALLENA FELIZ

La ballena Sally era conocida en el mar como una ballena muy feliz, que continuaba andaba haciendo piruetas y jugueteando de aquí para allá y de allá para acá.
Los juegos de Sally animaban a todos los que la veían, pero algunos, los más sabios, le habían advertido que debía ser un poquitín más responsable, en aras de que su juego no le trajese nunca malas pasadas.
Pero Sally no hacía mucho caso a esto, y siempre jugueteaba y daba enormes saltos sin pensar en consecuencia alguna.
Así, un día saltó y nadó tanto, que no se percató de cuánto se había acercado a la orilla. Cuando se vino a dar cuenta ya era muy tarde, pues se había encallado en la arena.
De inmediato unos niños que la habían visto venir acudieron a pedir ayuda a los adultos. Poco a poco la playa donde había encallado la ballena Sally se llenó de personas, que admiraban asombrados su belleza y tamaño.
Todos tenían la voluntad de ayudarla, pero cada vez que intentaban moverla la ballena se asustaba e impedía que pudiesen devolverla al agua y sus movimientos la hacían encallarse más y más en la arena.
Al percatarse de esto, las personas consideraron que solía podrían devolverla al agua con la ayuda de helicópteros, los que prontamente acudieron para rescatar y devolver la ballena Sally a su hábitat natural.
De esta forma, en pocos minutos la ballena estaba nuevamente en alta mar y volvió a ser la misma ballena feliz de siempre. Saltó más alto que nunca e hizo piruetas nunca antes vistas para agradecer y deleitar a todas las personas que la habían ayudado.
Siguió siendo feliz por siempre, pero a partir de ese día incorporó una lección que nunca más olvidaría. Divertirse y ser feliz no va contra el ser responsable.
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